Protegen por Ley a la península Mitre, el extremo austral de los Andes
Patagonia, Ushuaia, Tierra del Fuego, Antártida. Palabras que remiten a lo remoto, inhóspito, salvaje, natural. Terra incógnita austral que despertara siglos atrás el indomable espíritu aventurero y explorador.
La isla Grande de Tierra del Fuego, ese pequeño triángulo “colgado” de la Patagonia exactamente al sur de Argentina y Chile. Trazada una línea recta desde su vértice superior hasta su base, hacia la izquierda, hacia Occidente, pertenece a Chile. Hacia la derecha, hacia el Oriente, a la Argentina.
Las 300.000 hectáreas del extremo sudoriental de Tierra del Fuego, más 200.000 de sus aguas circundantes, un inmenso y poco explorado sector llamado península Mitre, han sido declaradas “área natural protegida provincial” por la legislatura local.
La cordillera de los Andes nace (o termina) en Venezuela y se despliega de norte a sur en una casi perfecta orientación hasta llegar, precisamente, a la isla de Tierra del Fuego. Allí la cordillera gira 90º hacia el Este y avanza, paralela al canal Beagle, para perderse en las profundidades atlánticas.
Península Mitre constituye esa última estribación de la espina dorsal de América del Sur, ese extremo austral que se sumerge en el océano Atlántico para apenas volver a emerger en la legendaria isla de los Estados y en pequeños islotes hacia la Antártida.
Pura vida
Si Patagonia y Tierra del Fuego son la Terra incógnita, península Mitre es otro planeta. Bosques de ñires, lengas, guindos y canelos milenarios, jamás intervenidos por el hombre, costas bravías, caletas rocosas. Todo surcado y signado por el omnipresente e indomable viento que todo lo moldea.
Los cursos de los últimos ríos de los Andes hieren los bosques y caen al mar, al canal Beagle por el Sur, al tempestuoso océano Atlántico hacia el Levante. Centenarios esqueletos de ballenas y cachalotes varados jalonan las costas en un surrealista parque de esculturas.
En sus aguas, bosques de cachiyuyo (o kelp) dan refugio y lugar de cría y alimentación a numerosas especies de invertebrados, crustáceos y peces. Y en presencia de tan rica vida acuática, una inmensa cantidad y variedad de aves. Una especie de Amazonas helado y austral, como alguien describió.
Algunas colonias de pingüinos de Magallanes, lobos y elefantes marinos es posible hallar en pequeñas playas protegidas del viento. Son las familias sobrevivientes de las crueles matanzas habituales en el siglo XIX. No pocas tripulaciones de cazadores de focas y lobos marinos se fueron a pique junto con sus endebles embarcaciones en las costas de península Mitre.
Lo que vendrá
Hay quienes se oponen el topónimo Mitre para la península, por honrar a un presidente argentino de finales del 1800, referente de los sectores más conservadores y poderosos de Buenos Aires. Preferirían llamarla península Haush, el nombre de los habitantes originarios de ese sector de Tierra del Fuego, hoy totalmente extintos.
Península Mitre alberga el 95% del total de las turberas de todo Argentina. Esa turba ocupa el 45% del total de esa zona austral. Su importancia para el medio ambiente es trascendental, por la gestión que hace del carbono que extrae de la atmósfera. Un preciado filtro natural.
La nueva Ley dispone la división de la península en distintas áreas para distintos usos. En algunos sectores se permitirá una explotación forestal acotada y controlada. Otros espacios conforman monumentos naturales. La costa tendrá su propia gestión administrativa y habrá zonas intangibles, intocables por su fragilidad. Las que requieren un estudio científico adecuado para poder estipular qué tipo de uso dar.
Los habitantes de Tierra del Fuego están muy entusiasmados porque al fin habrá una regulación estatal para poder adentrarse y conocer este territorio tan propio, tan salvaje y tan desconocido.
Así entonces el extremo más austral de la cordillera de los Andes será preservado en sus condiciones naturales, de manera de poder conocer, visitar y disfrutar uno de los rincones más puros e inalterados de todo el planeta.